Entrevista a Carlos Monsiváis por Jesús R. Martínez Malo
A modo de un pequeño homenaje y dado que se cumplieron hace unos días, 10 años de la muerte del emblemático escritor mexicano Carlos Monsiváis, subiremos algunos textos y entrevistas. A continuación, una entrevista llevada a cabo por Jesús R. Martínez Malo.
«Esta conversación la tuvimos Carlos Monsiváis Aceves y yo hace más de quince años. La fecha no deja de ser importante, en seguida veremos por qué. Fue precisamente el lunes 24 de mayo de 1993 en su casa, rodeados de sus abundantes, casi innumerables gatos (¿cuántos tenía en ese entonces? Me lo dijo pero lo he olvidado ya), entre figuras de luchadores de diferentes tamaños y pintados de variadas formas, colocados entre los libros, de pie en los entrepaños de los libreros. Sobre su escritorio —y en el piso— había montañas de papeles, así como libros, libros y más libros. En una pared, del lado izquierdo de su escritorio semioculto entre pilas de papeles y libros destacaban dos fotos, ambas de Manuel Álvarez Bravo: Xavier Villaurrutia y Jorge Cuesta, uno al lado de otro, parecían divertirse viéndolo trabajar arduamente o quizás romperse la cabeza buscando afanosa y tal vez hasta inútilmente algún papel en esos mares de ellos.
Un buen tiempo antes le había pedido que nos reuniéramos para hablar, específicamente sobre Jorge Cuesta. A pesar de haber aceptado de inmediato y de haberme dado su teléfono para que le llamara y nos pusiéramos de acuerdo, mi solicitud se veía aplazada —por él, naturalmente— cada vez que me contestaba el teléfono, hasta que un buen día, finalmente, me citó en la casa en la que vivió la mayor parte de su vida, en la calle San Simón en su vieja Colonia Portales; casa de la que saldría para no volver más cuando se fue para ser internado en el Instituto Nacional de Ciencias Médicas y de la Nutrición Salvador Zubirán, el primero de abril de este año. Allí murió Carlos Monsiváis, dos meses y diez y nueve días después (el 19 de junio de este mismo 2010). Murió por insuficiencia respiratoria, igual que Jorge Cuesta; pero mientras que la muerte del escritor, ensayista, cronista y demás géneros del “hombre llamado ciudad”, fue debida a una fibrosis pulmonar de larga data, la del poeta, ensayista y químico de la Córdoba mexicana —el 13 de agosto de 1942— fue como complicación de un intento fallido de suicidio por colgamiento, malogrado en cuanto a la inmediatez esperada por quien lo llevara a cabo, pues fue descolgado para morir, después de una terrible agonía, más de veinticuatro horas después.
¡Quién mejor que Carlos Monsiváis para hablar de Jorge Cuesta! A pesar de que no se conocieron en persona, pues Cuesta moría cuando el capitalino no cumplía aún cuatro años de edad. Monsiváis, me refirió, empezó a escuchar de Cuesta en 1955 o 1956, a sus 17 o 18 años. En diciembre de 1985, en la colección “Grandes Maestros Mexicanos” del CREA, la Editorial Terra Nova publicó la antología: Jorge Cuesta, edición preparada por el capitalino. En este volumen, incluyó sólo dos poemas (“Canto a un dios mineral” y “Réplica a Ifigenia cruel”) y quince ensayos del cordobés. La antología está precedida por el deslumbrante ensayo: “Jorge Cuesta: las libertades de la inteligencia”, cuya lectura me capturó y me hizo, literalmente, perseguirlo hasta que aceptó recibirme en su refugio-estudio, para hablar de quien ha sido considerado, incluso por el mismo Monsiváis, como la “conciencia crítica” del grupo de Contemporáneos.
En un momento dado de la conversación, apagué la grabadora pues sonó por vez primera el teléfono y a partir de ese momento no dejó de hacerlo hasta que me fui. Seguramente siguió sonando y él respondiendo, pues en la primera de estas llamadas le informaron lo que acababa de pasar en Guadalajara. Mientras se lo decían yo veía cómo el pasmo se iba dibujando en su cara y cómo ésta se iba descomponiendo. Al colgar, me dijo, entre incrédulo y estupefacto, con voz temblorosa —la única vez que así lo escuché— que en el estacionamiento del aeropuerto de esa ciudad, habían asesinado a balazos al cardenal Juan José Posadas Ocampo. Mencionó, antes de proseguir, nuestra ya no muy tranquila plática, entre llamada y llamada: “esto es gravísimo, no sé qué va a pasar en este país, pero si esto pasó, puede pasar cualquier cosa; seguramente el narco está en esto. A ver si no se lleva la fregada a México”. Con esta breve pero muy dramática anécdota que relato, resultó ser, además, visionario.
Carlos —sí, ya hablándonos de tú, pues al principio el “usted” mantenía una distancia de gran respeto impuesta por mí hasta que él me dijo: “ya nos hablamos de tú, ¿no?”— fue generoso con su plática y su abrumador conocimiento de vidas, obras y “milagros” de tutti quanti de la inteligentsia mexicana. Pero no sólo con eso fue dadivoso, lo fue también con su pródiga, lúcida, puntual y a veces feroz crítica. Cuando en la conversación que se leerá, lo quise considerar “tocado”, es decir, influenciado por Cuesta al grado de ser nuestra segunda —en el tiempo— “conciencia crítica” (Cuesta sería la de la primera mitad del siglo pasado y Carlos la de la segunda y lo que vivió de este nuevo siglo y milenio), su modestia le hizo saltar y decir de inmediato que no, “nada me gustaría más”, dijo. A pesar de esto lo considero, también, una brillante, honesta y lúcida conciencia crítica.
Esta es pues la conversación que tuvimos Carlos Monsiváis y yo hace ya poco más de diez y siete años. A pesar de tanto tiempo transcurrido sigue siendo actual. Él sabía, cuando se la pedí y la grabé, que mi intención era publicarla formando parte de un trabajo in extenso sobre Jorge Cuesta. Estuvo dispuesto a que así fuera; incluso una vez transcrita se la llevé para que la corrigiera y así lo hizo, por supuesto después de perseguirlo y que él le diera largas al asunto. Como mi trabajo con Cuesta nunca vio la luz de esa manera y sí en cambio con la publicación de varios ensayos más breves en algunas revistas de psicoanálisis, de literatura y culturales, he decidido dar a conocer, por fin, esta conversación. Dado que Monsiváis había autorizado su publicación de la manera en que se leerá a continuación, decidí no agregar —a posteriori— absolutamente ninguna nota a pie de página que explicara, aclarara o informara cualquier cosa.
Estuve en el estudio de su casa algunas veces más, tal vez cinco o seis. Cada una para entregarle un tomo de los que iba publicando de las obras de Jorge Cuesta. Primero los dos de la edición de 1994 que preparé para Ediciones del Equilibrista y luego en 2003, 2004 y 2007 para darle los tres tomos de las Obras reunidas de Jorge Cuesta que —con la enorme ayuda de mi gran amigo Víctor Peláez Cuesta, sobrino del poeta— preparé para el Fondo de Cultura Económica. Sería muy presuntuoso de mi parte decir que fuimos amigos cercanos, desafortunadamente ni siquiera me consideré nunca su amigo, así, a secas, pero lo que sí puedo decir es que quien nos acercó, que casi todas las veces que nos encontramos quien nos unió y nos dio motivo para hablar, discutir y también estar en desacuerdo en ciertos puntos, fue Jorge Cuesta, de quien siempre tuvimos algo que decirnos y comentar. Aunque también, creo que fue en noviembre del 2000, hablamos de otros temas y personajes, pues nos topamos en el lobby del Teatro Metropolitan, en el intermedio del maravilloso, emotivo y único concierto que Lou Reed dio —y ha dado— en México. Ahí no hablamos de Jorge Cuesta, hablamos de rock, de Reed y su música, de Velvet Underground, de Nico —no el de López Obrador, sino de la magnífica cantante que en ocasiones acompañaba a Lou Reed y a Velvet cantando su sublime “All tomorrow parties”—; en esa ocasión no pudimos dejar de hablar tampoco de los Rolling Stones, de Mick Jagger ni, por supuesto, de Keith Richards. Con Carlos Monsiváis se podía hablar seguramente de todo y seguramente también ¡algo tendría que decir!, incluso de psicoanálisis y a los psicoanalistas, véase si no el número anterior de Litoral (el 42) y su “Variedades del México freudiano”, así como su “Jorge Cuesta: la libertad en el deseo” en me cayó el veinte (el 8, de otoño de 2003).
Sea pues esta presentación y la publicación de la conversación que a continuación se leerá, un sencillo pero muy sentido homenaje —de la revista Litoral y mío— a Carlos Monsiváis. Por último, a través tuyo y de mi parte, en donde quiera que te encuentres Carlos, abraza a nuestro querido y admirado Jorge Cuesta con quien seguramente estarás hablando, hablando, hablando y hablando sin cansarte como solías hacerlo en este mundo de los vivos».
Jesús R. Martínez Malo
México, D. F. 12 de julio de 2010.